¿Los psicólogos van a terapia?

¿Te has preguntado alguna vez si los psicológos van a terapia?

«Un psicólogo o un terapeuta, debería ir también a terapia».

En el mundo de la psicología y la psicoterapia esta cuestión surge de manera muy recurrente y suele generar conflicto y contraposición de opiniones. En mi experiencia, los que somos más humanistas nos decantamos más por aquello de «andar tu primero el camino que luego vas a recorrer con otra persona», y por otra parte, los que tiran más por lo cognitivo-conductual suelen tener menos experiencia «al otro lado».

Mi posición es muy clara al respecto y por eso me gustaría compartirla contigo.

Yo no estaría donde estoy ahora, ni sería cómo soy ahora, sin haber pasado por todo el proceso terapéutico que he realizado hasta ahora.

Mi proceso de autoconocimiento empezó yendo a terapia, por primera vez, con 24 años.

Busqué una dónde hacer psicoterapia en mi pueblo, cerca de donde vivía yo y empecé. Quise ir, sobre todo, porque quería “aprender” la profesión. Mi motivación inicial era de aprendizaje; si quería ser psicólogo y trabajar con personas, tenía la convicción de que era yo el que debía pasar antes por “la butaca”, experimentar el otro lado era esencial. Algo que para mí era como “de cajón”, de una lógica aplastante, y que a la vez no estaba “apoyada” en nada más que en mis propias creencias.

De esa terapia inicial -que no duró mucho, unos 3 meses-, pasé a hacer Coaching Individual y también empecé un camino de cursos, formaciones e idas y venidas en el mundillo. Llegó un momento en el que, ya en un trabajo estable -que no tenía nada que ver con la Psicoterapia, y que no me motivaba mucho- me comprometí de verdad con lo que yo quería: una formación en Psicoterapia alineada con mis valores, es decir, que fuera Humanista. Y ahí apareció la Terapia Gestalt.

La Terapia Gestalt se convirtió en mi elección, con aproximadamente 4 años de formación, que incluyeron horas de terapia individual, sesiones grupales y de supervisión. Fue un viaje desafiante y gratificante, donde tuve que enfrentarme a mis propios obstáculos y miedos, también y permitir que emergiera una versión más genuina de mí mismo.

Para mí fue un disfrute y también fue todo un proceso lleno de retos personales, de atreverme, de abrirme, de dejarme doler por mis heridas y de ir abriendo camino a un Eric, que no era nuevo, sino que más bien estaba escondido y recluido.

Floreció en mí la capacidad de reconocer mis emociones, y empecé a vislumbrar lo que estaba bloqueado en mi cuerpo. Me redescubrí por completo: tengo un cuerpo, siento emociones, tengo miedo, estoy triste… Aprendí a escucharme, y a escuchar.

Reconocí mis mecanismos y los bloqueos que no me dejaban estar presente en mi día a día. En mi caso fue, sobre todo, bajar de la mente, de la cabeza, al corazón -y ahí sigo, y seguiré un tiempo, me imagino-. Para mí, reconocer cuáles eran mis “puntos ciegos” y dónde estaba mi ceguera -que era el campo emocional y las sensaciones corporales- fue imprescindible para aprender a escuchar al otro con presencia y autenticidad.

Desde el punto de vista Gestáltico, la terapeuta es su propia herramienta. Se utiliza a sí misma -a través de la escucha interna y de su propio Darse Cuenta-, para establecer hipótesis y para validar el contacto con el otro. Es su propia herramienta en tanto que se nutre de su propia información -somática, emocional, corporal, cognitiva-, y se trabaja constantemente para concerse a sí misme. Es así cómo podemos ser un espejo nutritivo y establecer un vínculo terapéutico.

Lo que no podemos ver, sentir o percibir en nosotros mismos, difícilmente lo vamos a poder reconocer en nuestros clientes. Luego además, está el tema de la contra-transferencia, del que hablé hace poco. Es decir, cómo voy a poder acompañar, con presencia y escucha compasiva, si estoy juzgando o desoyendo sin darme cuenta. La contra-transferencia es algo que hay que intentar que no pase por alto.

En resumen: que yo lo tengo claro, sin un proceso personal profundo, el acompañamiento es cojo, negligente, difícil y a veces dañino. Y claro, eso tampoco es todo, también hace falta una base, de conocimientos, de mapa, de teoría. Una buena teoría de la que se pueda prescindir en el momento oportuno.

Aunque la psicoterapia es una opción, creo en la diversidad de enfoques: grupos, talleres, lectura, escritura, contemplación artística y música. El crecimiento y el autoconocimiento pueden florecer desde múltiples perspectivas.

Ahora, te pregunto a ti:

¿Crees que las personas que nos dedicamos a acompañar a otras personas, deberíamos hacer también terapia?

Me encantaría leerte en los comentarios.

¡Gracias por leerme!

Eric.


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